Anverso
Efigie simbólica de la República, en forma de escultura. A la izquierda, un grabado simbolizando una reunión donde aparecen personajes históricos como Silva Jardim, Benjamim Constant, Marechal Deodoro da Fonseca y Quintino Bocaiúva.

Reverso
Detalle del cuadro “Patria” del pintor Pedro Bruno, donde aparece una bandera de Brasil siendo bordada en el seno de una familia.

El cuadro original:

HB con el mismo motivo:

Y dos versiones más del mismo billete:
200 Cruzados novos con sello de 200 cruzeiros:

200 cruzeiros:

La Revolución de 1889
El emperador Pedro II era ya un anciano en 1889, y no había tenido hijos varones y por lo tanto la sucesión al trono debería recaer en la mayor de sus tres hijas: la princesa Isabel I de Braganza. La princesa Isabel era considerada como muy conservadora políticamente, rasgo que la hacía poco soportable para los intelectuales liberales, quienes preferían una evolución pacífica del Brasil con la cual se generase una república. Si bien el emperador Pedro II disfrutaba de gran popularidad (inclusive entre los republicanos) no sucedía lo mismo con su hija y heredera ni con la monarquía como sistema.
La abolición de la esclavitud mediante la Ley Áurea en noviembre de 1888, firmada por la misma princesa Isabel, generó que los ricos terratenientes esclavistas se alinearan contra el Imperio, ya que les causaba un grave perjuicio económico al decretar la libertad de los esclavos sin que sus amos reciban compensación alguna. Los jefes militares por su parte deseaban mayor protagonismo político tras el triunfo en la Guerra de la Triple Alianza y rechazaban que la nobleza imperial (usualmente ajena a la formación técnica de los militares) se lo denegase, por lo cual una crisis se hacía inevitable. Inclusive la incipiente clase media habían aceptado la idea que una república sería la forma de gobierno que traería progreso y prosperidad a Brasil, considerando a la monarquía como anacrónica e ineficaz.
Finalmente, la impopularidad del gabinete conservador de ministros dirigido por el Vizconde de Ouro Preto, generó el pretexto ideal para la sublevación. El 14 de noviembre de 1889, los líderes de la conspiración republicana lanzaron el rumor que el Vizconde de Ouro Preto ordenaba arrestar al mariscal Deodoro da Fonseca en Río de Janeiro, y lograron que este jefe militar (líder máximo del ejército) apoyase la revuelta aprovechando que don Pedro II y su familia se hallaban en Petrópolis.
En la mañana del 15 de noviembre Fonseca sublevó a las tropas acuarteladas bajo su mando en Río de Janeiro y frente a ellas declaró la República, avanzando luego hacia la sede del gobierno. Allí el Vizconde de Ouro Preto, convocó al jefe de las tropas de la capital, el general Floriano Peixoto, para ordenarle que utilizase las tropas bajo su mando directo para aplastar la revuelta. Peixoto se negó a ello y arrestó a todo el gabinete, incluyendo al Vizconde de Ouro Preto.
Sin apoyo militar y deseoso de evitar una guerra civil, Pedro II aceptó la proclamación de la República. Ante el hecho consumado, y para evitar nuevos conflictos, el emperador aceptó abandonar con su familia el territorio brasileño en la noche del 16 de noviembre, haciendo votos por la prosperidad del nuevo régimen.